viernes

Caballito


Caballito, originally uploaded by Santiago Casares.

Buho


Buho, originally uploaded by Santiago Casares.

jueves

Cuento - La Hermandad

LA HERMANDAD DE LA ROSA

Nanomáquina
Una máquina artificial de tamaño molecular

Ya estaba infectado. A pesar de que no podía verlos, sabía que millones de nanomáquinas se encontraban circulando dentro de su cuerpo. Gracias a que había bebido de su sangre, ahora ya era uno de ellos, uno de los inmortales.

“Dentro de poco sentirás la necesidad”, le comentó Azis.

Como estaba recién convertido, las máquinas fueron crueles con su cuerpo, adaptándolo a sus necesidades. Comenzó a sentir dolores agudos por distintas partes de su cuerpo, y se dobló hasta quedar en posición fetal en el suelo. Después sintió como su piel se iba contrayendo, como si algo dentro de él la estuviera chupando. Sus nuevos huéspedes estaban alimentándose de él.

Alzó la vista. Sus ojos le ardían como punzadas, y su visión se había alterado. A su alrededor todo se encontraba descolorido y fuera de foco, solamente podía ver con claridad un cuerpo encadenado en la pared, una mancha roja que le llamaba como un faro. Podía ver claramente como la sangre circulaba por las venas de esa silueta, y la intensidad con la que latía su corazón.

Las nanomáquinas necesitaban combustible, más sangre. Y se lo estaban exigiendo.

Se arrastró hasta el cuerpo lentamente, y no podía escuchar nada más que el latido del corazón proveniente de esa silueta encadenada. Cada metro le parecía un kilómetro de distancia, su cuerpo estaba muriéndose, pero su salvación estaba cada vez más cerca.

Agarrándose de la persona encadenada se logró poner de pie. A la lejanía escuchó un grito apagado de alguien conocido, en medio de llantos, mientras que el cuerpo encadenado se contorsionaba y abría la boca.

Sintió un dolor inimaginable en su mandíbula superior, que se agudizó aún más cuando las moléculas de sus colmillos comenzaron a cambiar.

Ahora ya tenía una manera de llegar fácilmente a esa sangre. No esperó más y mordió el cuerpo en la parte del cuerpo donde la circulación de la sangre se veía más intensa, el cuello. Rasgó su piel hasta que la sangre estuvo a su alcance. Bebió de su cuello hasta saciar las necesidades de las nanomáquinas.

Entonces sintió como la fuerza regresaba a todos sus músculos, a cada extremidad de su cuerpo… una vez más podía ver y escuchar con normalidad.

Volteó a ver el cuerpo encadenado, y se le fue el aliento cuando se percató que era el cadáver de su esposa.

Azis se acercó a él, lo agarró firmemente de su hombro izquierdo y dijo: “Bienvenido a la Hermandad de la Rosa”.

©2004 Santiago Casares

miércoles

Recuerdos


Recuerdos, originally uploaded by Santiago Casares.

Tus recuerdos de mi han comenzado a esfumarse

lunes

Cuento - Tour

TOUR

Después que la vista le regresó, se quedó sin habla. Era el espectáculo más hermoso que había visto, y el más letal.

Una explosión atómica.

Por suerte, como parte del tour, les habían facilitado el equipo necesario para que ni la ola de choque, ni la radiación consiguiente les afectara.

Nadie sabe cómo había comenzado la idea de admirar la parte estética de una guerra nuclear, pero la élite del mundo no tardó mucho en adoptarla.

A final de cuentas, la guerra duraría poco.

Esto era algo que los consorcios combatientes estaban explotando al máximo, cobrando cantidades exorbitantes a los organizadores de los tours, y utilizando ese dinero para desarrollar nuevas bombas.

Sintió la onda de choque, y como los demás del tour aplaudió como si acabara de terminar el concierto más espectacular sobre la faz de la tierra.

De repente, los contadores Geiger marcaron que la radiación estaba excediendo por mucho los niveles esperados. Las demás personas del tour comenzaron a gritar.

Comenzó a sentir mucha comezón a lo largo de todo su cuerpo, que poco a poco se transformó en un ardor intenso. Levantó un brazo y observó cómo su guante empezaba a escurrirse. Fue entonces cuando un pensamiento llegó a su mente: la guerra acababa de ser ganada.

© 2004 Santiago Casares

jueves

Arbol


Arbol, originally uploaded by Santiago Casares.

Ese día, las hojas comenzaron a volar: el otoño había llegado.

miércoles

Cuento - Sir Gerhard

LA MUERTE DE SIR GERHARD

El paladín cayó del caballo, herido de muerte.

Sus manos intentaban inútilmente detener la sangre, que se escurría furiosamente entre sus dedos.

El caballero oscuro desmontó y se acercó al caído, mientras enfundaba su espada teñida de rojo.

"Es extraño…" dijo el paladín.

El villano se hincó a su lado.

"…siempre pensé que ganaría todas las batallas en las que pelearía."

"Todos pensamos eso."

"¿Si?"

"Así es. Siempre uno de los combatientes caerá…"

El caballero oscuro sornrió condescendientemente al caído.

"…pero otro día será mi turno."

"De haber sabido… no hubiera tomado los caminos que tomé en mi vida" dijo el justiciero entre pequeños tosidos.

"Si no los hubieras tomado, jamás se habrían cruzado con los míos. No hubiera podido matarte."

El paladín movió lentamente la cabeza para ver una vez más la herida que le causaba la muerte. La armadura (que alguna vez había brillado, reflejando los rayos del sol) se encontraba mellada y bañada de sangre y tierra seca.

"Mi muerte será un verso más en alguna canción de tus hazañas… Me imagino que si hubieras sido tú quien muriera este día, la canción sería diferente."

Las palabras que el paladín decía fueron opacadas por una tos tremenda: el justiciero comenzó a morir.

Sus últimas palabras apenas y fueron audibles.

© 2004 Santiago Casares

martes

Nubes


Nubes, originally uploaded by Santiago Casares.

Por suerte, parecía que no iba a llover...

lunes

Cuento - Te

TÉ CON LA MUERTE

La Muerte llegó en taxi, le pagó al chofer y sacó la guadaña de la cajuela. Su rostro, como siempre, inexpresivo.

Levantó la vista, oscura como el espacio y suspiró un poco de muerte. Dicen que es mortal cruzarse enfrente de la Muerte antes de que haga su trabajo y, por ello, el portero le abrió cortésmente la puerta del edificio.

Una señora que estaba esperando el elevador decidió no decirle nada cuando la vio venir, y menos aún cuando la fruta que llevaba en la bolsa del mandado se pudrió de improviso.

Cuando la Muerte se bajó en el piso catorce, la señora suspiró y decidió celebrar el hecho de estar viva y emborracharse.

En el piso catorce, la Muerte estaba confundida. Volteó hacia ambos lados del pasillo y se quejó porque todas las puertas eran idénticas.

Sacó de un bolsillo de su túnica el papel donde había anotado la dirección del futuro difunto y repitió en voz alta el número del departamento: 1403. Siguió la numeración hasta encontrarse frente al número deseado y tocó la puerta.

La Sra. González abrió la puerta y después de unos minutos silenciosos invitó a pasar a la Muerte.
“¿Quieres un poco de té querida?” preguntó amablemente la Sra. González.

“Si, por favor.” respondió la Muerte.

“¿Un poco de azúcar o leche?”

“Leche, gracias.”

La Sra. González levantó con cuidado la tetera de la estufa y sirvió dos tazas, una para ella y otra para la Muerte. Después, sacó del horno unos panecillos y los colocó en el plato de cristal que sólo usaba cuando tenía invitados.

“¿Quisieras que guardara la guadaña?” preguntó la Sra. González, y explicó: “Podrías lastimar a alguien, y eso no sería agradable”.

“Tienes razón, no quisieramos que suceda algún accidente.” dijo la Muerte mientras le pasaba su herramienta a la Sra. González.

Ambas se sentaron, agarraron sus tazas correspondientes y le dieron un sorbo al té.

“¡Cuántas formalidades!” dijo entre risas la Sra. González, pero continuó más seria: ”Disculpa que te pregunte esto, pero me gustaría saber qué se siente ser la muerte".

"De la misma manera que se siente ser humano, una simplemente es" respondió la Muerte.

"Y ¿a dónde me vas a llevar?” preguntó ahora con una voz un poco temerosa.

“Por más que quisiera decírtelo, no puedo hacerlo. Pero pronto sabrás tu destino” dijo la Muerte.

“Oh”, comentó decepcionada la Sra. González.

“Además, no es tan simple. Solamente una parte de ti me acompañará”.

“Me gustaría morirme con una sonrisa en los labios” dijo la Sra. González, y dio un sorbo a su té.

“Veré lo que puedo hacer…” dijo la Muerte.

“Gracias.” contestó la Sra. González.

Estuvieron un rato calladas, mientras bebían el té y comían panecillos con nueces. Luego platicaron sobre novelas de Agatha Christie, intercambiaron recetas de cocina y consejos sobre jardinería.

Finalmente colocaron las tazas vacías al lado de la tetera, entonces la Muerte se inclinó y le susurró algo en el oído a la Sra. González.

Ella simplemente sonrió.

© 2004 Santiago Casares

miércoles

Cuento - Angeles

ANGELES EN EL CLOSET

Jamás había estado solo en la habitación de sus papás.

Había tomado prestada la llave del closet. Bueno, en realidad la había tomado sin que nadie se diera cuenta, pero como pensaba devolverla, se dijo a si mismo que era un prestamo.

Contuvo la respiración, y giró la llave. Cuando un sonido le indicó que el seguro había sido quitado, por fin exhaló.

Abrió las puertas del closet de roble.

Una capa de polvo que había permanecido sin ser disturbada por años, se levantó, y una pluma blanca salió volando y cayó suavemente a los pies del niño.

Cuando el polvo se asentó, las vio.

Un par de alas de un color blanco translúcido, casi transparente, se encontraban colgadas de un gancho, cubriendo toda la extensión del interior del closet.

Se quedó mucho tiempo ahí, frente a esas alas, mirándolas.

Finalmente, la curiosidad fue demasiada y extendió su mano. Al tocarlas su textura le pareció como de niebla.

Las agarró desde su origen, y se las probó.

Las alas comenzaron a moverse por sí solas, y el niño comenzó a volar por la habitación.

* * *

Gabriel llegó a su casa cansado del trabajo. Sonrió. Aún gozaba cada momento de su vida, y estaba feliz de estar en casa.

"¡Jimena!"

Nadie le contestó.

Dejó su portafolio en el suelo, al lado de la escalera; colgó su saco en el perchero, y subió con pasos acelerados al segundo piso.

Jimena se encontraba afuera del estudio. Se abrazaba ella misma, y lágrimas escurrían libremente por sus mejillas.

Sus pisadas hicieron que ella volteara a verle.

"Las encontró" dijo con una voz apagada.

Eran las palabras que siempre había temido, pero que sabía que tarde o temprano escucharía.

"Encontró tus alas."

Gabriel intentó calmarse mientras caminaba hasta ella.

Jimena se colgó de su cuello, mientras dejaba que la tristeza se desahogara por sí sola.

Gabriel la abrazó fuertemente y alzó la vista para ver dentro de la habitación.

El closet estaba abierto y las cortinas se movían con el viento que entraba por la ventana. Agudizó su vista, y alcanzó ver a la lejanía como su hijo se elevaba hasta los cielos para ocupar su puesto.

© 2004 Santiago Casares

lunes

Castillo


Castillo, originally uploaded by Santiago Casares.

La gente que vive encima de los Árboles es ligeramente extraña.

viernes

Tumba


Tumba, originally uploaded by Santiago Casares.

La brisa del mar acariciaba el lugar de mi muerte.

Cuento - Crimen

CRIMEN PASIONAL

El forense se lavó las manos.

El detective Monoya se aceró lentamente, le dió una fumada a su Delicado sin filtro, y preguntó: "¿Y bien doc?"

El forense se secó las manos en una toalla sucia. Caminó hasta una de las planchas metálicas que cubrían el piso de la Morgue, y descubrió un cuerpo de un joven.

"Se puede ver aquí" comenzó mientras señalaba el pecho del cadáver, "la causa de su muerte."

Montoya se agachó ligeramente sobre el cuerpo del joven y observó el lugar que le indigaba el doctor Gómez.

"¿Y bien doc? ¿Qué significa?"

El forense esperó un par de segundos. Le gustaba hacerle eso a los policías para que se pusieran nerviosos; creaba una tensión en el ambiente de manera que cuando finalmente se dispuso a hablar, la frente del detective se encontraba llena de pequeñas gotas de sudor por los nervios.

"Murió por amor."

"¡¿?!"

El detective le dio una fumada a su cigarro, lo tiró al suelo y lo pisó.

"¿Se refiere a que lo mataron por amor?"

"No. No es eso."

"¡Deje de jugar, doc!"

"Mire detective, las marcas en el pecho nos muestran que a esta persona se le hinchó el corazón."

"¿Y eso qué chingaos nos dice?"

"Simplemente nos dice," concluyó el forense "que amó demasiado."

El detective Montoya se fue de la Morgue rascándose la cabeza

© 2004 Santiago Casares.