jueves

Cuento - Enero

E N E R O

Veía el jardín. Hojas, rojas por el otoño, parecían detenerse en el aire unos instantes mientras los árboles de los cuales provenían se iban quedando desnudos. Percibía el aleteo de un colibrí, como un zumbido lejano, mientras éste volaba de flor en flor sin descansar. Un escarabajo caminaba lentamente entre la selva interminable de pasto, a la vez que en una planta una mariposa de color oscuro extendía sus alas para regresar a los cielos.

El viejo bajó la vista. Tosió ligeramente y dejó a un lado la imagen del jardín para regresar a su realidad. Sabía que se encontraba enfermo, sus huesos se quejaban, mientras reumas constantes le recordaban que se aproximaban los fríos de fin de año.

Con sus manos desnudas agarró su taza de la pequeña mesa de madera que tenía a su lado. La sostuvo por unos momentos, mientras calentaba un poco sus extremidades, y le dio un sorbo. El dulce sabor del té amargo lo reanimó.

Se acomodó los lentes, y abrió de nuevo el cuaderno que tenía encima de sus piernas. Agarró su pluma fuente para seguir escribiendo.

"El paisaje que veo ahora, es el cielo mismo. Sé que la sombra de mi muerte me persigue, y que el frío invernal congelará mi alma como ya lo ha hecho con mis huesos. Es extraño cómo aunque ya había perdido todas las ganas de vivir desde que se murió Clara, ahora que sombras rodean mi futuro, vivir es lo que más deseo. "

Cuando el ocaso comenzó a pintar de rojos el cielo, Juan se levantó. Lentamente, con pequeños pasos, se dirigió al estante, y sacó un par de velas para poder disfrutar de su pipa sin tener que encontrarse rodeado de oscuridad (desde que se había quedado solo, odiaba quedarse en la oscuridad mientras se dormía).

Se sentó en su sillón favorito y, se puso a meditar mientras fumaba su pipa. Recordó distintos momentos de su vida, la vez que se cayó del árbol grande y se rompió el brazo izquierdo, y el primer beso que dio, a Laura, escondidos en el patio trasero de su casa. Se acordó también de los nervios del día anterior a su boda, y de aquel viaje a la playa, cuando llovió todo el tiempo y no salieron del hotel.

Todos esos recuerdos con sabor a pipa hicieron que sonriera, mientras que poco a poco, sus párpados comenzaron a pesar cada instante un poco más.

La luz del sol entró por la ventana, iluminando la habitación. Las dos velas se encontraban escurridas, llorando el acontecimiento. En el piso, una pipa con tabaco quemado dejaba huella en la alfombra persa, y en una mesa de madera se encontraba una taza, olvidada, al lado de un cuaderno lleno de recuerdos.

© 2005 Santiago Casares

lunes

Angel de Piedra


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