lunes

"No"

“No” respondió ella.

La sorpresa de su respuesta fue demasiada para ti, y te quedaste hincado unos momentos más. La idea que te dijera que no quería casarse contigo jamás había cruzado tu mente, por lo que tardaste en registrar en tu cerebro su negativa.

Todavía en negación, le preguntaste “¿Qué?”

“No quiero casarme contigo” te respondió, “pero es un lindo gesto de tu parte.”

Lentamente te incorporaste, mientras observabas la caja con el anillo que todavía sostenías abierta en tu mano izquierda. El flanco jamás había esperado el ataque, y tu ofensiva se derrumbó completamente: no sabías qué hacer.

Entonces no hiciste nada. Te quedaste ahí parado, enfrente de ella, mientras tu mano cerraba la caja negra y en incercia la metía discretamente en el bolsillo de tu saco.

Había dicho que era un lindo gesto de tu parte. Acababas de decirle que querías pasar el resto de tu vida con ella, y ¿esa fue su respuesta? ¿Acaso no entendía lo que implicaban sus palabras?

El tosido de un mesero rompió el silencio del restaurante, y poco a poco los demás comensales comenzaron a reanudar sus pláticas, pero ahora eran el tema de cada una de ellas. Las miradas condescendientes no se dejaron esperar.

Ella te observaba con una sonrisa en sus ojos. Sus labios parecían esconder los secretos más recónditos del mundo, y no se partieron para decir nada más.

“Y bueno… ¿ahora qué?” preguntaste. Te sentías como un barco que acaba de perder su orientación, sin estrellas en el cielo, sin un faro que lo guíe.

Su respuesta fue levantarse de la mesa y salir del lugar. No había necesitado palabras para decirte que todo había terminado.

Agarraste tu abrigo para salir del lugar bajo las miradas de todo el restaurante. Cuando llegaste a la puerta llegó el mesero para entregarte la cuenta, pero el capitán lo detuvo con una mano en el hombro.

Saliste del restaurante, y sentiste el frío del viento contra tu cara. Cuando llegaste al lugar sabías que tu vida cambiaría después de esta noche. No te habías equivocado.

© 2007 Santiago Casares

viernes

Nueve tazas de café (IX)

Pedro se mueve un poco inquieto en la silla; por los nervios llegó incluso media hora antes de lo que habían acordado, y la emoción sigue en incremento.

La razón es obvia para él. No puede dejar de sentir el peso que tiene en el bolsillo de su saco: el anillo de compromiso que le dará a Susana.

Pide la segunda taza de cortesía, pero el café se enfría antes de que lo tome. Al menos revolver con la cuchara le da algo que hacer para calmarse un poco.

Buscó por más de un mes el anillo, pero finalmente encontró uno perfecto. Como ella. Y la decisión de dárselo aquí, en la misma cafetería donde se conocieron le pareció un toque maestro.

De pronto la ve en la entrada de la cafetería, y ella parece sonreírle detrás de sus lentes oscuros. Entonces se toma de golpe su café para darse valor, como si fuera un trago de alcohol.

©2007 Santiago Casares

jueves

Nueve tazas de café (VIII)

Como todos los domingos, Teresa se sienta en la mesa que tiene la mejor vista de la calle y pide un capuccino y una galleta de nuez.

Desde que abrió este cafecito hizo de su rutina ir a tomar un café después de la misa de medio día. Originalmente iba con su marido, pero desde hace tres años, cuando él pereció, asiste sola al ritual del café.

Mientras toma el café, observa a la gente caminando y hace anotaciones mentales de lo que le hubiera dicho a Rodolfo.

“Mira a esa señora, no se ha dado cuenta que su bolsa no combina con su falda.”

“¿Será que aquella señorita no se fija que ese peinado ya pasó de moda?”

“Ese niño me recuerda al pequeño Eusebio… ¿te acuerdas de él?”

Teresa termina de comerse la galleta, le da el último sorbo al capuccino y se levanta de la mesa, acompañada del recuerdo de su marido, quién le extiende el brazo para que ella se apoye al caminar.

©2007 Santiago Casares

miércoles

Nueve tazas de café (VII)

Alicia sonríe, ahora sí, Natalia podrá contarle el chisme.

Ambas se sientan en la mesa y sin andarse con rodeos comienzan a platicar, mientras Natalia se ruboriza por el tema: el chico con el que platicó toda la noche.

“¿Y entonces, en qué quedaron?”, pregunta Alicia.

“Quedamos de vernos el próximo viernes, pero que nos hablaríamos en la semana.”

“¿Le diste tu número de celular?”

“Claro, no quiero que mis papás se estén enterando de todo lo que hago.”

“Odio cuando quieren controlar mi vida…”

“Si…”

Piden otro café, porque ahora le tocará a Alicia platicar lo que le pasó a ella.

©2007 Santiago Casares

martes

Nueve tazas de café (VI)

La superficie del café comienza a calmarse y poco a poco su reflejo vuelve a aparecer. No sabe por qué, pero disfruta verse ahí, en el café.

A Erika le gusta ir a esta cafetería, y ver a la gente que viene y va. Deja que su imaginación la guíe, especula lo que sucede detrás de las personas: sus vidas, amores, tristezas, enojos y alegrías. Hay veces que escribe pequeños bocetos de lo que se imagina que sucede en sus vidas. Guardando pequeños momentos de vidas especuladas para la eternidad.

No es la mejor escritora pero le gusta tener estos apuntes, estos esbozos de vidas imaginadas que jamás sucedieron, pero que quedarán plasmadas en papel.

Erika levanta la vista y lo ve.

Comienza a sentir como los latidos de su corazón aumentan en intensidad, y se sorprende de encontrarse ruborizada.

Él pide un café, lo paga y se da la vuelta. La cafetería está llena, algo poco usual para los miércoles. Voltea a ambos extremos sin encontrar lugar; entonces se acerca a ella.

“Hola… te molestaría si compartimos la mesa, es que no hay ningún lugar disponible.”

En ese momento Erika desea que alguien esté apuntando un esbozo de este encuentro, cuyo desenlace todavía no ha sido escrito.

©2007 Santiago Casares

lunes

Nueve tazas de café (V)

Es la tercera taza de café que pide, y ella todavía no llega. Cynthia vuelve a suspirar y voltea a ver la entrada de la cafetería.
Dos días atrás se pelearon en la mitad de una fiesta porque Paola estaba platicando con otra y ella se puso celosa. Obviamente las cosas se salieron de control.
Sabe que le dijo cosas que no debió decir, pero por culpa del alcohol no termina de recordar las palabras que salieron de su intoxicada mente. También sabe que escuchó algunas verdades, de esas que a nadie le gusta escuchar.

Recuerda haber salido de la fiesta y haber tomado el primer taxi que encontró, sin siquiera voltear para ver si ella la estaba siguiendo.

Paola lleva 13 minutos de retraso, lo que implica que a lo mejor no llegará.

A pesar de ser la más impuntual de las dos, Cynthia llegó media hora antes. Quería asegurarse de no llegar tarde, de estar antes que Paola, para que comprendiera lo importante que es para ella esta reconciliación.

“Hola cariño”, escucha Cynthia, y levanta la cara para encontrarse con un beso.

Sorprendida, comienza a pedir disculpas, pero un dedo calla sus labios. Sus ojos comienzan a nublarse, cuando otro beso le indica que todo estará bien.

©2007 Santiago Casares

domingo

Nueve tazas de café (IV)

Todos los días llega a la cafetería vestido con el mejor de sus trajes, con un ramo de margaritas en una mano y el periódico del día en la otra.

Se sienta en la mesa de siempre, con vista a la calle y pide un capuccino. Le sirve una cucharada de azúcar, lo revuelve, viendo como se mezclan los colores del café y de la leche. Lo toma lentamente mientras revisa las noticias del día.

Andrés levanta la vista esperanzado cada vez que alguien entra al establecimiento, pero regresa a su lectura cuando se da cuenta que no es ella.

Por más de veinte años ha ido al mismo lugar esperando volverla a ver, y por más de veinte años regresa a su casa con el ramo de margaritas intacto.

Con el paso del tiempo su pelo ha dejado su color y las arrugas en su cara marcan los caminos que ha recorrido, pero aun así no ha perdido la esperanza de volverla a ver.

La vio una mañana de primavera, como un espejismo. Traía un vestido amarillo que se movía con el viento a la par de su pelo castaño.

No se atrevió a dirigirle la palabra, y tan solo ella salió del lugar, Andrés ya se había arrepentido. Se prometió hablarle la siguiente vez que la viera, invitarla a salir. Por lo menos, invitarle un café.

Pero ella no regresó al día siguiente, ni el que le siguió.

“Mañana vendrá seguro”, se dijo a sí mismo. Y esas mismas palabras las sigue murmurando cada vez que sale de la cafetería.

Para Andrés, la esperanza tiene sabor a capuccino.

© 2007 Santiago Casares

sábado

Nueve tazas de café (III)

Fran la ve entrar de la mano de otro hombre, y el trago de café se atraganta en su garganta. Sabía que este momento podría suceder, que podrían encontrarse en algún lugar, pero jamás pensó que le dolería de esa manera.

Habían salido por poco más de dos años, y hacía seis meses que Flor había decidido terminar su relación.

Seis meses, y aún Fran siente cómo su pecho se hunde con su presencia.

Flor sonríe, se ve feliz. De cierta manera, a Fran le da gusto verla tan contenta, pero al mirar al hombre que estaba a su lado, siente celos. Él está haciendo lo que él a final de cuentas jamás pudo lograr.

Fran baja la mirada hacia el café que tiene enfrente. Recuerda todos esos buenos momentos de su relación con Flor, un recuerdo tras otro, y sonríe. En cierto momento pensó que ella era la mujer de su vida, pero la evidencia demostró que no era así.

Levanta la vista. Flor y su acompañante tienen su café en las manos y están saliendo del establecimiento.

Fran suspira un suspiro de nostalgia y le da otro trago a su café amargo.

© 2007 Santiago Casares

viernes

Nueve tazas de café (II)

El café es solamente parte del pretexto para poderla ver todos los días.

Verla a ella es lo que hace de la experiencia de tomar café una cuestión extraordinaria, casi mágica. Ella ya no necesita decirle cómo le gusta su café, sabe que le gusta cargado, sin azúcar ni leche: negro como la noche.

Dulce lo saluda por su nombre con una sonrisa y le sirve su café. Algunas veces, en las cuales no está el supervisor, incluso le pone al lado de la taza una pequeña galleta.

Sebastián sabe que es un amor platónico, que su relación siempre estará limitada a esos minutos en la mañana mientras le sirve su café y platican brevemente hasta que llega el siguiente cliente. Pero eso no le importa.

Desde que la conoció, la relaciona con el olor a café, y no puede evitar pensar en ella cada vez que lo huele.

Suena el despertador, y Sebastián abre los ojos.

Se levanta de la cama, con el cansancio del desvelo a cuestas. Camina hasta la cocina y enciende su cafetera. El aroma de café comienza a llenar el aire de su departamento, a llenarse de su esencia, y Sebastián sonríe pensando en ella.

© 2007 Santiago Casares

jueves

Nueve tazas de café (I)

Susana llega a la cafetería. Sabe que está llegando un poco tarde, pero siempre ha preferido ser a quien esperan que ser la que está esperando, angustiándose y viendo el reloj cada minuto.

Se queda parada unos momentos en la entrada, hasta que ve a Pedro. Entonces sonríe, y camina de manera que él la ve mucho tiempo antes de que ella llegue a la mesa.

Mientras camina hacia él, reconoce el lugar: es la cafetería donde se conocieron. La ironía hace que su sonrisa se acentúe.

“¡Hola!”, le dice Pedro mientras se levanta de su silla. A ella siempre le han gustado este tipo de atenciones, y es una de las cosas que más va a extrañar de él.

Susana se acerca a darle un beso, pero en el último instante inclina ligeramente la cabeza, de manera que el beso de saludo cae en el cachete y no en la boca.

A pesar del saludo, la sonrisa de Susana es suficiente para calmar a Pedro. Obviamente no tiene idea lo que ella ha estado pensando de su relación, ni que él llorará toda la noche en la soledad de su sala, con la televisión encendida como un tranquilizante que jamás funcionará.

Sin quitarse los lentes oscuros y sin dejar de sonreír, ella le dice: “Cariño, tenemos que hablar…”

© 2007 Santiago Casares