Lo que sigue es una historia todavía en desarrollo. Cualquier comentario para ir mejorándola es agradecido. Para leer la parte anterior de la historia vayan aquí.
El puerto de la ciudad de Nueva Veracruz se encontraba casi vacío. A la mitad de la noche casi no había transito de pasajeros, por lo que a los policías aduanales les pareció raro ver a una silueta acercándose a su posición.
"Revisa a ver que embarcación llegó" dijo el sargento.
En la computadora no había ningún registro de que hubiera llegado en la última hora algún barco, aunque ya estaba programada la llegada de un trasatlántico en un par de horas. El oficial de aduanas sonrió. Había ocasiones en las cuales llegaba un pequeño barco sin avisar, generalmente transportando bienes ilegales como frutas, drogas naturales o tabaco. Y en esas ocasiones, una propina generosa era dada a quien ayudara su ingreso a la ciudad.
Bajo los reflectores pudieron percatarse que el hombre que llegaba era grande, pero les extrañó que no cargaba ninguna maleta o compartimento.
Cuando estaba enfrente de ellos, vieron el rostro desfigurado del hombre. Incluso cuando les mostró una fotografía tridimensional de una mujer, les costó trabajo quitarle la vista a esas cicatrices.
"No, no la hemos visto."
"Pero si quiere, podemos revisar en los registros..." continuó el otro oficial, "por una módica suma".
Ninguno de los dos oficiales de aduana se esperaban que el hombre desfigurado sacara una escopeta. El sargento se escondió rápidamente bajo su escritorio, pero el otro oficial no se movió, se quedó petrificado en su lugar. Vio como el arma le apuntaba en la cara, y no llegó a escuchar el estruendo del disparo.
"Ahora si" dijo el hombre desfigurado con una voz rasposa, "muéstreme esos registros".
© 2005 Santiago Casares
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A ella le comenzaron a dar nauseas. Entre el síndrome de absinencia y la invasión a su cerebro, su cuerpo había recibido más de lo que estaba acostumbrado.
"¿Dónde está el baño?" preguntó urgentemente.
"Por ahí" comentó el detective con un pequeño gruñido, a la vez que señalaba una puerta y pasaba un plug por un sensor para pagar el uso del baño. Una vez pasado el trámite, la puerta se deslizó por si misma, y ella entró con prisa.
Andrea devolvió el estómago hasta que los escasos contenidos de su estómago se encontraron en el escusado acompañados de bilis.
Respiró profundamente, una y otra vez para calmarse, a la vez que se levantaba. Fue hasta el lavabo para mojarse la cara y untarse crema desinfectante. Pero se detuvo antes de poder hacerlo, su propio reflejo la contuvo.
Hacía mucho tiempo que no se veía a si misma, y quien la volteaba a ver desde el otro lado del espejo era apenas reconocible. Había perdido unos 15 kilos, lo que hacía que su cara se viera más afilada. Tenía grandes ojeras bajo los ojos, y su pelo morado estaba cortado a jirones.
Jamás pensó que hubiera llegado hasta ese punto.
Uno jamás lo imagina, y ya que se encuentra ahí, está tan perdido que ni siquiera se da cuenta de sus alrededores.
En ese momento comprendió que estaba sola en el baño, volteó a ver el resto del lugar buscando alguna salida, pero no encontró ninguna ventana ni ventila.
"Bueno, ahí se fue la idea de fugarme de aquí" se murmuró a si misma.
© 2005 Santiago Casares