Las calles de la ciudad se encontraban encharcadas, reflejando en sus superficies reflejos alterados de las luces de neón.
Estaba recargado en una pared de lardillo rojo, levantando con las manos el cuello de mi gabardina para no mojarme demasiado cuando el taxi pasó frente a mi. En el asiento trasero estaba ella, de eso estoy seguro. Era ella. Miraba la calle a través del cristal, con la mirada perdida en sus recuerdos.
Las gotas se escurrían en en el vidrio del taxi como lágrimas olvidadas, distorcionando su rostro. Por un instante pasó por mi mente la idea de estar juntos de nuevo, que la vida regresaría a ese orden casi perfecto, que todo estaría bien. Pero esos anhelos se esfumaron con la luz verde del semáforo.
Traté de llegar hasta ella, pero fue demasiado tarde. El taxi se perdió en medio del río de automóviles, y yo me quedé ahí parado bajo la lluvia, ahogado en la nostalgia.
Esa era una tormeta que jamás pasaría.
© 2007 Santiago Casares
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