La sorpresa de su respuesta fue demasiada para ti, y te quedaste hincado unos momentos más. La idea que te dijera que no quería casarse contigo jamás había cruzado tu mente, por lo que tardaste en registrar en tu cerebro su negativa.
Todavía en negación, le preguntaste “¿Qué?”
“No quiero casarme contigo” te respondió, “pero es un lindo gesto de tu parte.”
Lentamente te incorporaste, mientras observabas la caja con el anillo que todavía sostenías abierta en tu mano izquierda. El flanco jamás había esperado el ataque, y tu ofensiva se derrumbó completamente: no sabías qué hacer.
Entonces no hiciste nada. Te quedaste ahí parado, enfrente de ella, mientras tu mano cerraba la caja negra y en incercia la metía discretamente en el bolsillo de tu saco.
Había dicho que era un lindo gesto de tu parte. Acababas de decirle que querías pasar el resto de tu vida con ella, y ¿esa fue su respuesta? ¿Acaso no entendía lo que implicaban sus palabras?
El tosido de un mesero rompió el silencio del restaurante, y poco a poco los demás comensales comenzaron a reanudar sus pláticas, pero ahora eran el tema de cada una de ellas. Las miradas condescendientes no se dejaron esperar.
Ella te observaba con una sonrisa en sus ojos. Sus labios parecían esconder los secretos más recónditos del mundo, y no se partieron para decir nada más.
“Y bueno… ¿ahora qué?” preguntaste. Te sentías como un barco que acaba de perder su orientación, sin estrellas en el cielo, sin un faro que lo guíe.
Su respuesta fue levantarse de la mesa y salir del lugar. No había necesitado palabras para decirte que todo había terminado.
Agarraste tu abrigo para salir del lugar bajo las miradas de todo el restaurante. Cuando llegaste a la puerta llegó el mesero para entregarte la cuenta, pero el capitán lo detuvo con una mano en el hombro.
Saliste del restaurante, y sentiste el frío del viento contra tu cara. Cuando llegaste al lugar sabías que tu vida cambiaría después de esta noche. No te habías equivocado.
© 2007 Santiago Casares