viernes

Nueve tazas de café (II)

El café es solamente parte del pretexto para poderla ver todos los días.

Verla a ella es lo que hace de la experiencia de tomar café una cuestión extraordinaria, casi mágica. Ella ya no necesita decirle cómo le gusta su café, sabe que le gusta cargado, sin azúcar ni leche: negro como la noche.

Dulce lo saluda por su nombre con una sonrisa y le sirve su café. Algunas veces, en las cuales no está el supervisor, incluso le pone al lado de la taza una pequeña galleta.

Sebastián sabe que es un amor platónico, que su relación siempre estará limitada a esos minutos en la mañana mientras le sirve su café y platican brevemente hasta que llega el siguiente cliente. Pero eso no le importa.

Desde que la conoció, la relaciona con el olor a café, y no puede evitar pensar en ella cada vez que lo huele.

Suena el despertador, y Sebastián abre los ojos.

Se levanta de la cama, con el cansancio del desvelo a cuestas. Camina hasta la cocina y enciende su cafetera. El aroma de café comienza a llenar el aire de su departamento, a llenarse de su esencia, y Sebastián sonríe pensando en ella.

© 2007 Santiago Casares

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