domingo

Nueve tazas de café (IV)

Todos los días llega a la cafetería vestido con el mejor de sus trajes, con un ramo de margaritas en una mano y el periódico del día en la otra.

Se sienta en la mesa de siempre, con vista a la calle y pide un capuccino. Le sirve una cucharada de azúcar, lo revuelve, viendo como se mezclan los colores del café y de la leche. Lo toma lentamente mientras revisa las noticias del día.

Andrés levanta la vista esperanzado cada vez que alguien entra al establecimiento, pero regresa a su lectura cuando se da cuenta que no es ella.

Por más de veinte años ha ido al mismo lugar esperando volverla a ver, y por más de veinte años regresa a su casa con el ramo de margaritas intacto.

Con el paso del tiempo su pelo ha dejado su color y las arrugas en su cara marcan los caminos que ha recorrido, pero aun así no ha perdido la esperanza de volverla a ver.

La vio una mañana de primavera, como un espejismo. Traía un vestido amarillo que se movía con el viento a la par de su pelo castaño.

No se atrevió a dirigirle la palabra, y tan solo ella salió del lugar, Andrés ya se había arrepentido. Se prometió hablarle la siguiente vez que la viera, invitarla a salir. Por lo menos, invitarle un café.

Pero ella no regresó al día siguiente, ni el que le siguió.

“Mañana vendrá seguro”, se dijo a sí mismo. Y esas mismas palabras las sigue murmurando cada vez que sale de la cafetería.

Para Andrés, la esperanza tiene sabor a capuccino.

© 2007 Santiago Casares

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