viernes

Cuento - Otro yo

OTRO YO

Alguien estaba tocando la puerta.

Enrique dejó de cocinar, y la abrió. Enfrente se encontró consigo mismo, bueno, con alguien idéntico a él, pero unos años más grande. Vestía ropa extraña, tenía barba y su pelo era prácticamente gris.

A pesar de esto, se reconoció a sí mismo.

"¿Qué..." comenzó a decir, pero su otro yo lo interrumpió.

"Te has de estar preguntando lo que está sucediendo. Pero la respuesta no es sencilla."

Su otro yo pasó a su lado y entró al departamento, mientras él lo seguía con la mirada.

"¿No vas a cerrar la puerta?"

Sin pensarlo, Enrique cerró la puerta de su departamento y se recargó en ella –se estaba sintiendo un poco mareado–.

El viejo, por llamarlo de alguna manera, siguiendo el aroma de la comida, caminó hasta la cocina y apagó la estufa. La comida estaba lista.

Se asomó de regreso a la sala, donde Enrique se acababa de sentar mientras pasaba la mano sobre su pelo en un vaivén nervioso.

"Sí, somos la misma persona"

Enrique levantó la vista.

"¿Cómo es eso posible?"

"Podrías decir que vengo de un futuro probable. Y que he venido para asegurarme que esa posibilidad se realice."

El viejo abrió el refrigerador, sacó un par de Coronas y las destapó. Regresó a la sala y le ofreció una a Enrique, quien la agarró sin pensarlo y le dio un par de tragos: esto era demasiado para él.

"Pues mira," comenzó su otro yo, "dentro de poco conocerás a una mujer. Yo quiero asegurarme que vas a invitarla a salir y luego a casarte con ella."

Enrique comenzó a entender lo que su alter ego le estaba tratando de explicar. Alguna ocasión se había preguntado las repercusiones a largo plazo de las decisiones que tomaba, pero esto era demasiado.

"¿Para qué quieres asegurar algo que, en tu caso, ya sucedió?

"Para asegurarme que mi realidad sea la única. Si no la invitas y dudas qué hacer, ella probablemente se irá con otra persona. No queremos que eso suceda, ¿verdad?"

Enrique lo miró a los ojos, sabía que lo acababa de amenazar su yo del futuro.

Sonó el timbre del departamento, y ambos voltearon a ver a la puerta.

El timbre sonó una vez más.

Enrique se levantó en un estado de ensueño y abrió la puerta.

"No puede ser…"

"Te has de estar preguntando lo que está sucediendo. Pero la respuesta no es sencilla," dijo la persona del otro lado de la puerta. Había llegado otro Enrique al departamento. Nada más que éste tenía el pelo largo y vestía ropa holgada.

Entró y vio inmediatamente al primero en llegar.

"Creo que no había contemplado que esto pudiera suceder" dijeron al unísono ambos.

Enrique cerró la puerta del departamento y se dirigió a la cocina. Necesitaba algo de comida en su estómago y un trago más fuerte.

Mientras comía escuchó que los otros Enriques hablaban de algo pero no distinguió bien las palabras. Cuando regresó a la sala, ambos estaban sonriendo, y después lo voltearon a ver.

"Al parecer ambos queremos que la conozcas y salgas con ella", le dijo el viejo.
Se acabó el tequila de un solo trago.

"Saben que todavía no la conozco, ¿verdad?", comentó Enrique, "¿cómo pueden saber siquiera que me va a gustar a mí?"

"Te va a gustar," respondieron ambos.

El timbre del departamento volvió a sonar.

"¿Alguno de ustedes quiere abrir la puerta?", preguntó al aire Enrique mientras se dirigía a hacerlo él mismo. Ambos lo siguieron con miedo en la mirada.

La abrió, y no le sorprendió verse a si mismo con un mohawk en el cabello, cinco arracadas en cada oreja y chamarra de cuero.

"Bienvenido a la fiesta."

Cinco horas después, el departamento se encontraba lleno de Enriques, todos distintos, y todos hablándole al mismo tiempo, diciéndole lo que tendría que hacer en un futuro no tan lejano.

Necesitaba aire. Así que se abrió paso entre esos reflejos de sí mismo, hasta llegar a la ventana. La abrió de golpe y respiró el aire citadino.

Se volteó para enfrentarse, de alguna manera, a sí mismo.

"¡Ya basta!", gritó. "No se dan cuenta que me sería imposible hacer lo que todos ustedes me piden… unos me piden algo, y otros algo opuesto. ¡Déjenme vivir mi vida!"

Y por primera vez en horas, se hizo un silencio en el departamento de Enrique.

Enrique respiraba con la boca, y sentía como el calor se le había subido a la cabeza. Sentía la mirada de todo el departamento, de sus otros yo.

"Pero si no compras ese boleto de lotería no serás millonario" comenzó uno de sus otros yo con una voz muy baja.

"Y si no vas a Tijuana, jamás conocerás a…"

"Tienes que ir el próximo mes al centro comercial…"

"Recuerda lo que te comenté de Raúl, te va a…"

"Hazme caso a mí…"

"No los escuches a ellos, recuerda que…"

Cuando lo comenzaron a jalonear, sabía que tenía que salir de ese lugar a la brevedad posible. Intentó futilmente de abrirse paso entre ellos, se encontraba en medio de puras versiones alteradas de sí mismo y le faltaba el aliento. Estaba tratando de empjar a un Enrique vestido de cura cuando su vista se comenzó a desvanecer, y cayó en el suelo en medio de exigencias sobre sus hechos futuros.

No se dieron cuenta cuando comenzaron a desaparecer, hasta que fue demasiado tarde. Al querer asegurar su futuro, habían hecho la única cosa que no tenían que hacer, lo habían destruido.

© 2004 Santiago Casares

jueves

Cuento - El Poder

EL PODER DE UN CUERNO

El bosque entero se estremeció. El dulce canto de los ruiseñores calló, las demás aves siguieron, y así cada animal del bosque.

Sabían lo que había sucedido, y sintieron lentamente como la vida iba desapareciendo de sus cuerpos. Estaban en agonía, pero aún así no soltaron queja alguna.

El cazador estaba bañado de sangre, y un unicornio yacía inerte a sus pies, con la mirada perdida en el horizonte, donde el cielo se comenzaba a pintar de rojo. El maldito animal había logrado herirle antes de caer ante el poder de su escopeta. Le volvió a escupir antes de alejarse del cuerpo, fue a recargarse en un roble y admiró el fruto de su hazaña: un cuerno perfecto.

Durante más de cuatro años, el cazador buscó, rastreó y finalmente encontró al animal fantástico al que poca gente daba crédito de existir. Todos le tachaban de loco, ya nadie creía en lo fantástico; sobretodo en esta época digital.

Mientras contemplaba sonriente el cuerno que tenía en su mano, se percató el silencio que lo rodeaba. Agudizó sus oídos, como lo hace un lobo al buscar una presa, pero aún así no escuchó nada; ni siquiera a la cascada que había cruzado para llegar al sitio donde se encontraba, y menos aún a las ramas de los árboles al moverse, cuando el viento pasa sobre ellas. Solamente podía escuchar su respiración, y gracias a ello supo que no estaba sordo.

Ni siquiera había la menor ventisca.

Comenzó a caminar, cojeando, por el mismo camino que momentos antes había recorrido impulsado por la adrenalina y la promesa del poder. Si, ahora ya tenía el cuerno que, según los manuscritos que había encontrado, le daría el poder necesario para hacer lo que quisiera.

En su camino se encontró el cadáver de un pájaro con las alas abiertas, la imagen parecía la de un ángel que había caído muerto del cielo. Sin darle importancia prosiguió y llegó a una zanja, ahí se percató que en ese mismo lugar había corrido el rio unas horas antes.

Una pequeña rama crujió, y cayó a su costado, haciendo el primer ruido que escuchaba fuera de su respiración y sus pisadas. La observó a través de unos escasos rayos de sol que, después de pasar por las ramas, se volvían de un color pardo. Recogió la rama y se dio cuenta que estaba carbonizada.

Alzó la vista.

El bosque entero estaba muerto, sus árboles secos daban la apariencia de ser de carbón y todos los animales habían perecido.

Y él no había escuchado nada.

El cazador sintió como sus músculos se entumecieron. Su cuerpo se estaba quejando. Le dio hambre y sed en exceso, como jamás los había sentido. Intentó quejarse, pero ningún sonido salió de su garganta. El cuerno cayó al suelo, silencioso.

Y al cazador se le nubló la vista...

© 2004 Santiago Casares

miércoles

Angel


Angel, originally uploaded by Santiago Casares.

martes

Work in progress - 1

Lo que sigue es una historia todavía en desarrollo. Cualquier comentario para ir mejorandola es agradecido.

El barco todavía no zarpaba, pero el tiempo se le estaba acabando.

Entró a la bodega abandonada. Muchos cyberjunkies se encontraban tirados en el suelo, conectados a sus máquinas portátiles de realidad virtual. Caminó entre ellos hasta que encontró a quién estaba buscando.

Se le quedó mirando un rato, sí era ella. Tenía el pelo morado en jirones, ropa que llevaba puesta unos meses, y un charco de orina alrededor suyo.

"Hora de despertar, princesa" dijo el detective mientras jalaba el cordón que conectaba la máquina directamente al cerebro.

"¡Ahhhhhh!" gritó ella, mientras sus sentidos entraban en shock y se acostumbraban a la medicore realidad.

Tenía la mirada perdida, estaba tratando de comprender dónde había quedado el mundo de dónde la habían sacado. Instintivamente, comprendió que la persona que tenía enrente era la responsable de haberla sacado de su paraíso virtual, e intentó lanzársele encima, pero sus músculos, atrofiados por no ser usados en tanto tiempo, no respondieron.

El detective la levantó y con un suave movimiento la colgó sobre su hombro, mientras ella balbuceaba su descontento.

"No te preocupes", dijo el detective, "no te quieren a ti, quieren la información que hay en tu cerebro".

© 2004 Santiago Casares

lunes

Isla


Isla, originally uploaded by Santiago Casares.

martes

Cuento - Gusanos

GUSANOS

Abro los ojos y no veo nada. La oscuridad me engulle y siento la pesadez del aire. Me encuentro en un lugar encerrado, lo puedo apreciar desde donde me encuentro: acostado. Sé que estoy vistiendo el mejor de mis trajes negros, aunque no lo puedo ver. No podría ser de otra manera, sobretodo en esta ocasión. Mis brazos fueron colocados sobre mi pecho, uno sobre el otro, y puedo sentir que no traigo el reloj puesto. La tierra que está encima mío es demasiada, causando que el ambiente húmedo sea encerrado. Tengo los zapatos demasiado apretados, y no puedo hacer ningún movimiento para alivianar el sufrimiento de mis pies helados. Intento maldecir, decir algo, pero mis pulmones no pueden exhalar aire, y el silencio que me rodea es ensordecedor. Estoy atrapado. No comprendo porqué estoy conciente. ¿Porqué estoy conciente? Comienzo a escuchar la humedad filtrándose por la madera, y me imagino que debe de estar lloviendo. Es lo único que me faltaba. Sonrío ante la ironía, pero mi cara no hace gesto alguno. Pero sí, estoy aquí, encerrado y no hay nada que pueda hacer para salir de esta infamia. De repente los comienzo a sentir. Se acercan lentamente, abriéndose paso entre la tierra, y yo atrapado. Deben de haberme sentido de la misma manera que yo sé que vienen por mi. No me puedo mover y esas malditas larvas y sanguijuelas de almas se van acercando. Puedo escuchar como se mueven. Creo que incluso puedo escuchar lo que dicen. Debo estar alucinando. Acabo de pensar que esos… gusanos pueden hablar. Me dan ganas de vomitar, pero mi condenado estómago no hace nada para aliviar esta sensación de asco que siento. En esta negrura todos mis sentidos se concentran en ellos, y me pregunto qué habrá sido lo que hice para merecer este infierno. La pesadez del aire solamente hace que mi espera sea aún más eterna. No falta mucho para que lleguen a los muros que me protegen, y luego vendrá el asedio donde no podré defenderme. Entrarán por los agujeros de la muralla y me verán ahí, indefenso. Van a robar, saquear y violar cada centímetro de mi cuerpo. ¿Qué va a suceder conmigo una vez que esos malditos merodeadores acaben conmigo? Por suerte no estoy sudando. Si pudiera hacerlo estaría empapado por la angustia y el abatimiento que estoy sintiendo. Mis ojos secos buscan inutilmente la manera de llorar. Siento que ya están afuera, puedo escuchar como tantean el muro de madera, buscando los puntos débiles para entrar en mi santuario. Pero ellos no tienen prisa, tienen una eternidad para llegar a mi cuerpo. No sé cuanto tiempo ha pasado. ¿Minutos? ¿Horas? ¿Días? Ya no importa. La madera ha ido cediendo. Parece que la oscuridad está tomando forma. No falta mucho para que puedan tocar mi cuerpo, y yo sin poder mover un dedo para impedirlo. Escucho como uno de ellos logra atravesar el muro y cae a mi lado. Se comienza a arrastrar ciegamente hacia mi. Otro gusano logra penetrar, y siento como cae sobre mi traje negro. Me doy cuenta de como se retuerce encima mio. Creo que mi ropa le estorba: quiere llegar a mi piel. Cada vez más gusanos se encuentran adentro, conmigo. Siento como uno de ellos toca tentativamente mi rostro, dejando una capa viscosa de baba tras de si. Puedo percibirlos a mi alrededor como una masa de oscuridad viviente que me comienza a cubrir. Y grito, no con mis pulmones, sino con lo que queda de mi alma condenada.

© 2004 Santiago Casares

lunes

Corriendo


Corriendo, originally uploaded by Santiago Casares.