lunes

Los vientos del precipicio

Me encontraba al borde del precipicio, y miraba hacia abajo sintiéndome como un mal cliché salido de un desamor. Bueno, no era precisamente un precipicio, estaba parado en la azotea de un edificio sobre Insurgentes, y el frío que provocaban los vientos a esa altura me hacían sentir que todo era un error. Y lo de encontrarme ahí por culpa de un desamor, pues eso sí era cierto pero no dejaba de ser un cliché.

Observaba las luces de los automóviles, que dejaban estelas blancas y rojas sobre la avenida. El ruido de la ciudad se escuchaba como un murmuro permanente, como el soundtrack de fondo para este momento en particular.

Uno piensa las cosas más absurdas en los momentos antes de dejarse ir. Me acordé del perro que tuve cuando niño, del sabor de las paletas de fresa, y de como su sonrisa siempre me ponía de buen humor. Pensé también en el futuro de la humanidad, de los caminos que había tomado en mi vida, y del maldito frío que tenía.

Llevaba ahí más de una eternidad contemplando el vacío a mis pies cuando finalmente decidí dar el paso. Hay quienes piensan que hacer algo así es un acto de cobardía, pero los reto a que lo intenten. No es algo sencillo, pero finalmente tuve el valor de hacerlo.

El sentimiento de vacío fue lo peor que he sentido en mi vida, y desde ese primer instante ya me había arrepentido de mi acto. Pensaba que había cambiado de parecer medio segundo más tarde de lo que podía hacerlo, cuando un dolor punzante en mi tobillo derecho me regresó a la realidad.

No sé si fue por gracia divina, por suerte o por tonto, pero solamente caí dos metros antes de aterrizar en el balcón del piso 19. Como no estaba esperando tocar tierra tan pronto, el peso de todo mi cuerpo se apoyó de golpe sobre mi tobillo derecho, haciendo que se doblara en un ángulo extraño y haciendome sentir más vivo que nunca.

Finalmente salí cojeando a la calle y volteé a ver hacia arriba al edificio desde otra perspectiva, de la misma manera que vi mi propia vida desde otro punto de vista. Cuando llamé a un taxi para alejarme de ahí, los vientos fríos habían dejado de soplar

©2006 Santiago Casares

miércoles

Hada


Hada, originally uploaded by Santiago Casares.

viernes

Deprimido

El teléfono volvió a sonar, y como en los últimos días, Juan no contestó. Todavía no quería hablar con nadie. La contestadora respondió a la llamada con su voz, y su madre dejó el quinto recado de la semana.

No tenía interés en escuchar, de quien fuera, palabras de apoyo o invitaciones a tomar cafés o salir de fiesta.

Cada quien duela una relación cuando termina a su manera, y ésta era la suya. No había salido más que lo indispensable de su departamento, y no se había cambiado de ropa en por lo menos dos semanas: a final de cuentas, había perdido el sentido de su vida.

Los Kleenex que estaban en el suelo, apilados en montones, recordaban los momentos en los cuales no había podido contener sus lágrimas. Y una foto de ella, la única que conservaba, ya estaba desgastada de tanto ser vista.

Cerró los ojos para descansarlos un momento. A pesar que parecía que era lo único que hacía, el no hacer nada lo mantenía agotado físicamente.

Por encima del sonido de la televisión, escuchó que alguien tocaba su puerta. Abrió los ojos y bajó el volumen con el control remoto . Si no había alucinado el sonido, la persona detrás de la puerta volvería a tocar.

A lo pocos segundos, la puerta sonó otra vez.

Se levantó del sillón y observó la hora en el reloj de la pared. Las manecillas marcaban las seis cuarenta y tres, mientras el segundero seguía avanzando eternamente con su tic tac. Siguiendo el ritmo del reloj caminó hasta la entrada de su departamento.

No quería ver a nadie.

Recargó la cabeza en la puerta y preguntó suavemente: –¿Quién?.

–Tenemos una cita. – dijo una voz hueca, del otro lado de la puerta.

–Te equivocaste de casa– dijo Juan, –y no vayas a dejar propaganda religiosa, ¿eh?

Toc. Toc. Toc.

–Ya te dije que te equivocaste de casa, déjame descansar...

Toc. Toc. Toc.

–¿Juan Ortiz?– dijo la voz hueca.

Juan levantó la cabeza de la puerta. La persona del otro lado de la puerta lo conocía, pero el no reconocía la voz. ¿Acaso alguien le estaba jugando una broma?

–¿Quién eres?

–Soy tu cita de las seis cuarenta y cinco. Y efectivamente, son las seis cuarenta y cinco.

Juan sabía que no tenía ninguna cita, a esta hora o a ninguna. No había hablado con nadie en más de quince días, sin embargo, sabía de alguna manera que la voz que estaba del otro lado de la puerta estaba diciendo la verdad.

Volteó a ver el reloj de la pared y, efectivamente, marcaba las seis cuarenta y cinco. Pero el tic tac había dejado a un lado la eternidad.

–¿Quién eres?– volvió a preguntar.

–Abre la puerta Juan.

Giró la perilla de la puerta, y la temperatura bajó un par de grados.

martes

Troya


Troya, originally uploaded by Santiago Casares.

jueves

El Fin

"No es es fin del mundo" dijo ella a mi lado.
Volví a asomarme a través de la escotilla. Todo lo que quedaba de Terra era polvo espacial. El planeta finalmente había cedido ante siglos de abuso por parte de la humanidad.
Ahora estabamos en una de miles de naves que huyeron en los últimos días antes del Ragnarok, navegando a la deriva.
"¿En serio?" le contesté, "yo diría que es el fin del mundo, querida. Al menos del nuestro."

© 2006 Santiago Casares